Así
es fácil comprender perfectamente la trascendencia de lograr un mínimo nivel de
concentración continuada, estable, sin perturbación que nos permita estar en el
mantenimiento constante de ese invisible y escurridizo equilibrio que se
encuentra dentro de nosotros a través del cambio continuo. Todo esfuerzo que se
haga en este aspecto es poco. Desarrollar este aspecto es básico.
Cuando
muchas personas comienzan a interesarse por el mundo de la meditación y la
concentración, tienen la idea errónea de que el esfuerzo mental para la
correcta concentración pasa por fruncir el ceño y fijar firmemente la mirada en
un punto. Nada más lejos de la realidad.
En
el entrenamiento de este aspecto primero hemos de liberarnos de la perturbación
constante de los pensamientos. Siéntate en el trono de tu espalda, de tu ser,
de tu espíritu y deja pasar delante de ti a los tumultuosos pensamientos que no
dicen nada de tu verdadero ser. Tienes que sentir que no eres ellos, que no los
necesitas, que te limitan, que te engañan sobre la realidad del Todo.
Cuando
te canses de ellos, cuando ya no te interese lo que te cuentan, cuando te
aburras de ellos, empezará, propiamente dicho, tu entrenamiento. Mientras tanto
estarás en constante lucha interna de desgaste. Sal pronto de ahí o tus fuerzas
flaquearán. No los combatas, simplemente ignóralos primero desde tu corazón no
sintiendo atracción por ellos, por lo que te ofrecen; más tarde ignóralos desde
tu mente, tienes que percibirlos como bruma, niebla, como irreal. Pon tu mente,
tu atención, tu conciencia en percibir lo invisible, como la armonía y el
equilibrio, sólo entonces, dejarán de estorbarte.
Pensamiento
no es igual a mente, lo mismo que las nubes no son lo mismo que el cielo. En el
cielo están las nubes, pero también los rayos y los pájaros. En la mente no
solo se encuentra los pensamientos, también está el silencio, la intuición, la
voluntad, la conciencia.
Saber
concentrarse es saber dejar ir los pensamientos sin que arrastren nuestra
atención, quedarnos suspendidos sin que nos toque ninguno, flotando en la
sensación del ser, del silencio fértil y del vacío-pleno, saberse despierto.
Desde
el centro de tu ser invisible pero real, ahora puedes concentrarte en algo
concreto sin pensarlo. Has despertado la capacidad, has aprendido a usarte.
Dirige
la concentración a los diferentes aspectos a desarrollar, puedes comenzar, por
ejemplo, con el equilibrio a través del cambio constante. Agarra con tu mente
la invisible barra vertical del equilibrio y no la sueltes ni un solo instante.
Libérate de tus pensamientos y entrégate al presente, es lo único que existe,
es lo único eterno.
Recuerda
que la verdadera concentración no es sólo un acto mental, la maestría se
consigue cuando se implica correctamente al resto de tu ser y eres capaz de
concentrar también tus emociones, tus energías y tu cuerpo físico.
La
dirección de la concentración lo da la mente, el entusiasmo el corazón, la
energía el poder y el cuerpo la cristalización.
Aprende
poco a poco a regular estas herramientas. Los maestros siempre están
concentrados, no se agotan porque ya no luchan por mantener ese estado, es su
forma natural de ser, siempre están en lo único eterno, el Presente.
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