Este
aspecto es mucho más conocido que el anterior y consiste en no presentar
oposición a la fuerza, no buscar la confrontación, sino seguir la trayectoria
inicial con algún pequeño cambio de rumbo que proporcionamos, de tal manera que
la energía no logre alcanzar su objetivo.
El
flujo de la fuerza no se rompe, no se corta, no se destruye, no colisiona, sino
que es reconducido hacia otra dirección.
El
Arte del Desvío se lleva a cabo cuando acompañamos la fuerza que viene hacia
nosotros y la “invitamos” a que coja otra dirección.
Es
importante reconocer de dónde proviene esa fuerza, su origen y hacia dónde se
dirige, su objetivo. Cuando sentimos que va hacia nuestro centro de equilibrio
y estabilidad, hacia lo que percibimos como “yo”, es cuando ponemos en práctica
el arte del desvío.
Para
ello hemos de encontrar el momento apropiado para aplicar esta técnica, ya que
si se comienza antes de su debido tiempo, no será de utilidad, poniendo de
manifiesto nuestra intención y volviéndonos vulnerables. De la misma forma, si
se inicia después ya es demasiado tarde y no podremos desviar la enorme ola de
energía que nos vendría encima.
Gran
parte de este arte consiste en calmar el temor, aquietar la mente y agudizar la
conciencia para poder apresar el momento adecuado en el que se debe aplicar.
Otro
gran principio estriba en redirigir la energía hacia donde no nos
desestabilice, hacia nuestra parte yin, liviana, para que ésta pueda recoger esa
proyección de energía sin que ataque directamente a nuestros
pilares, a nuestro yang, sin que nos logre desequilibrar.
Desviar
es la opción que utilizamos normalmente cuando no deseamos lo que viene hacia
nosotros. Muchos optan por rechazarla frontalmente con el gran desgaste
energético que ello conlleva. Evitar la confrontación con la fuerza del
oponente es la esencia de este arte.
Para
entrenar el desvío en el momento oportuno, debemos establecer conexión con el
adversario para saber cuándo aplicarlo, generalmente esta ocasión corresponde
con brechas en su concentración, grietas en su atención por donde podemos
entrar.
El
verdadero objetivo del desvío es el de mantener alejada la fuerza de nuestro
centro.
La
proyección de la fuerza yang que el oponente realice nunca debería acercarse al
centro de nuestro equilibrio, ya que si así fuera, seríamos vencidos. Se ha de
mantener la emoción serena y la mente aquietada para agudizar nuestra atención
y poder percibir cuándo iniciar el desvío y en qué dirección. En el momento
oportuno hay que reaccionar rápida, ágil y energéticamente para que el ataque
sea en vacío, desviando con autoridad la trayectoria inicial.
Como
se puede observar, la serenidad, el silencio mental, la agilidad, la
concentración y el seguimiento son elementos vitales para realizar el desvío
con garantías.
Es
importante entrenar el desvío en lo físico, para poder apresar la sutilidad de
su esencia, de sus leyes, integrándolas dentro de ti, para poder llevarlas a
otros planos de la vida. Hasta ahora todo lo dicho es aplicable en cualquier
dimensión de la existencia, no sólo a nivel físico.
Muchas
veces, cuando nos viene una fuerza inesperada no sabemos desviarla
adecuadamente, no hemos entrenado lo suficiente, por lo tanto ignoramos el
origen, el momento oportuno de aplicación y hacia dónde dirigirla. Nos falta
calma emocional y claridad mental, nos sobra mucho apego y miedo, dureza y
rigidez, somos como el granito, sin apenas flexibilidad. En estas condiciones,
si consiguiéramos desviar esa fuerza tal vez no lo hagamos hacia nuestra parte
yin, sino que afectaría a nuestros cimientos, a nuestro equilibrio emocional y
mental.
Es
de vital importancia acrecentar, potenciar y despertar la conciencia de los
recursos que tenemos en nuestro interior, reconocer dónde están nuestros “yins”
y nuestros “yangs”, nuestras debilidades y nuestras fortalezas, lo banal y lo
trascendente, lo que puedes dejar en el camino y lo que son tus fundamentos y
por lo tanto no debes abandonar.
Encontrar
el origen de la fuerza hacia nosotros es una asignatura pendiente para la
inmensa mayoría. Normalmente, lo que siempre decimos es “¿por qué va a por
mí?”, “yo no le he hecho nada para que me ataque”, “la ha tomado conmigo” y
multitud de frases similares. En el motivo subyacente de la ofensiva está el
origen de la fuerza, por eso es de vital importancia encontrarlo y reconocerlo,
porque es probable que podamos llegar hasta la fuente y desmontar esa
proyección energética hacia nosotros antes de que salga, evitando tener que
aplicar la técnica del desvío. A veces el origen está en la incomprensión, en falsas
opiniones, envidias, rencores, miedos, etc… todo un abanico de sentimientos que
podemos levantar en los demás en contra de nosotros.
Si
bien ya hemos averiguado el origen de la fuerza, es importante reconocer hacia
dónde se dirige: hacia lo que el oponente cree que somos “nosotros”, nuestros
pilares, nuestra identidad.
Muchas
veces lo ponemos muy fácil ya que ese “nosotros” está artificialmente hinchado
de lo que realmente no somos, pero que lo hemos asimilado como propio de
nuestro ser, podría decirse en otras palabras que estamos mostrando un blanco
enorme, fácilmente abatible.
Es
bien sencillo derribar a quien se identifique, por ejemplo, con su trabajo, ya
que se sentirá herido cuando se le ataque en este aspecto. Cuando alguien se
identifica con la vestimenta que porta, muestra un gran blanco para poder ser atacado,
lo mismo que cuando se identifica con su casa, con su vehículo, con sus gustos,
con sus opiniones, etc…
Ahora
se puede percibir con claridad la cantidad de blancos que mostramos al mundo,
así es bastante fácil sufrir cualquier tipo de ataque, no es necesario ahondar
mucho. Cuanto más espacio vital ocupe la personalidad, más vulnerables nos
volvemos.
De
esta forma, el objetivo de la fuerza proyectada hacia nosotros se convierte en
una diana de dimensiones muy grandes, un “yo” aumentado. La propuesta que les
sugiero es localizar dentro de ese inmenso “yo” lo que en verdad no somos y
dejar de tener que defenderlo, desapegándonos de ello. Al soltarlo, la diana va
decreciendo en su tamaño y muchos de los ataque que iban dirigidos hacia allí,
ni siquiera merecen la pena desviarlos, ya que no afectan a nuestra verdadera
naturaleza, a nuestros cimientos, a nuestra estabilidad y equilibrio.
De
esta manera vamos reconociendo en nuestro interior muchos aspectos “yin” que no
son necesarios defender y hacia los que se pueden dirigir la proyección de la
fuerza sin que nos preocupe lo más mínimo.
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