Este
atributo también es uno de los más característicos del Tai Chi Chuan, cuando se
alcanza su verdadera naturaleza, todo se percibe más claro, diáfano y simple.
Para
comprender adecuadamente este principio, hemos de ver algunos elementos previos
que nos ayuden a encajar todo en un solo acto de proyección, como son:
determinación del objetivo, tipo de energía a proyectar y medio apropiado.
Al
igual que todo lo que participa de Vida, nuestra proyección debe observar los
principios del Triple Logos, que viene a ser, resumidamente, la voluntad, la energía y la forma.
En
el mundo del Tai Chi Chuan se despierta la capacidad de la concentración de la
mente sobre el objetivo, se desarrolla la acumulación del Chi en el Tantien y
finalmente se librera proyectándolo a través de las manos, pies, codos, hombros,
etc…
Para
ello se ha de crear un excedente de Chi en el Tantien que pondremos a circular mediante
la respiración abdominal dirigida por una mente estable y un corazón sereno.
Una vez se ha ido alimentado convenientemente este Chi hasta su apropiado desarrollo,
se le hace girar como un carrusel, subiendo por nuestra columna vertebral
cuando el aire sale y bajando por el pecho cuando entra. En cada ciclo se va
aumentando la fuerza y la velocidad, hasta que llegue el momento de lanzarlo,
entonces lo sabremos.
Finalmente,
la mente dirige esta avalancha de Chi como si tuviera la fuerza de un tsunami.
En
la vida cotidiana los principios son los mismos, por ello el Tai Chi nos ayuda
a saber vivir más plenamente, nos va entrenando para la Vida.
En
primer lugar hemos de fijar nítidamente nuestro objetivo, poner toda nuestra
voluntad y propósito en alcanzarlo, eliminando las dudas e incertidumbres que
nos minan la capacidad de llegar hasta él.
En
segundo lugar habremos de tener claro qué es aquello que deseamos proyectar hacia
ese objetivo, ya sea simplemente fuerza, energía interior, amor, comprensión,
protección, entusiasmo, etc. Es necesario definirlo con nuestra mente sin oscilaciones
de pensamientos que lo enturbien ni lo difuminen y recrearlo firmemente en
nuestro corazón, sin miedos que nos paralicen. Una vez cargados, activamos los
recursos de la concentración que ya fueron explicados en capítulos anteriores. Percibir
con serena claridad la seguridad de verlo ya como un hecho de facto.
En
tercer lugar, hemos de determinar el medio más adecuado para proyectar lo que
deseamos. Conseguir toda la energía de la que podamos hacer acopio y no
renunciar a ningún medio para proyectarlo. Podremos usar la palabra, la mirada, un gesto, las manos, incluso el silencio profundo.
Nuestra
proyección, trabajada de esta manera, ahora posee la voluntad que la dirige, la
fuerza que le da la esencia y la forma que caracteriza su manifestación, reproduciendo
como se dijo antes, los tres principios básicos de la creación.
Este
proceso que se ha indicado es lo que habría que entrenar hasta conseguir
realizarlo como un todo armonioso, integrándolo todo en UNO. En verdad, se
necesita mucho entrenamiento para conseguir una correcta proyección.
Es importante
no cometer el error de percibir este objeto como algo fuera de ti, como algo
externo que no tiene nada que ver contigo, ya que, de esta forma proyectarías
solamente a la cáscara, a las ramas.
Debes
lanzar la energía a la raíz, al corazón, a la parte interna de tu objetivo para
que allí pueda llegar tu energía, fundiéndose con su misma esencia. Allí se
mezcla y es aceptada como si esa fuerza proviniese de su interior, no existiendo
rechazo.
Los
maestros de la proyección realizan el acto sin necesidad de cursar todos los
pasos del principiante, simplemente ya tienen el excedente de energía
disponible, el corazón siempre puro y la mente fuerte y diáfana.
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