domingo, 13 de enero de 2019

AGILIDAD

Esta propiedad es tan familiar a nuestra mentalidad, que apenas profundizamos lo suficiente como para poder atrapar su verdadera naturaleza, su esencia.

Para entrenar la agilidad hemos de saber adaptarnos a nuevas situaciones de forma intuitiva, sin elucubraciones mentales, sin pensamientos previos. Por lo tanto, ha de mantenerse una mente libre de obstáculos para que pueda captar el sentido de lo que ocurre en cada momento; se ha de estar concentrado en el Aquí y el Ahora.

Por un lado, habría que entrenar el cuerpo físico para que sea vehículo eficaz y rápido antes los cambios imprevistos, por ello han de cultivarse la fuerza y la elasticidad en grado suficiente y armonioso.

Adicionalmente a la agilidad, hay que tener bien presente la capacidad de mantener el equilibrio de forma continuada, ya que de nada sirve ser ágil si nos descentramos y caemos con los cambios realizados.

Todo esto viene integrado en una disposición energética apropiada y lista para entrar en funcionamiento a la más mínima señal.

La agilidad se debe entrenar en múltiples ocasiones y en diferentes escenarios. Repetir y repetir los movimientos, unas veces lentamente, para apresar su esencia y equilibrio, y otras de forma dinámica, más rápida, para poder capturar la esencia del cambio dentro del equilibrio del movimiento.

Cuando hayamos asimilado los elementos que intervienen en la agilidad física, podremos adentrarnos en la sublimación de esos elementos a nivel interno.

Aquí todo es mucho más difícil. En el mundo físico, así como en el resto de planos, la agilidad se consigue aceptando lo que está ocurriendo sin poner obstáculos, reaccionando rápidamente. Se pueden imaginar lo que ocurriría si, ante los cambios que nos acontecen, nuestra actitud fuera la de negación de la realidad, utilizando frases como “no puede ser”, “esto es injusto”, “¿por qué a mí?”, y así un larguísimo etcétera. Con esta actitud perderíamos la agilidad del cambio ya que derrocharíamos un tiempo precioso dialogando con los pensamientos, en protestas inútiles y para cuando de nuevo nos “asomemos” a la realidad ésta ya habrá cambiado, surgiendo dentro de nosotros nuevas negaciones, y así constantemente. Por ese motivo, con frecuencia, nos va tan mal ante los acontecimientos que nos salen al encuentro, pensamos demasiado y actuamos tarde, mal y sin relación con lo que en ese momento está sucediendo.

Todo esto se vuelve mucho más escurridizo en el plano emocional así como en el mundo mental.

Deberíamos practicar una cierta desafectación ante las emociones que brotan de nuestro interior, reconocer que, aunque sean naturales, no deberían ser salvajes, al igual que la lluvia, que siendo fina y suave trae la vida y si cae torrencial, la aniquila. Cuando en ocasiones nos sintamos tristes y deprimidos, es muy útil recordar que ese sentimiento es temporal y no dejar que nos arrastre hasta perder el equilibrio, no olvidemos que ésa es la joya que nunca hay que soltar, la de la armonía. Lo mismo ocurrirá cuando nos sintamos eufóricos, sería aconsejable desafectarnos lo suficiente como para poder coger distancia y no perder el equilibrio. Igualmente es aplicable a las otras emociones como el miedo, la desesperación, etc.

Si bien las emociones surgen de nosotros, no somos ellas, son una emanación de nosotros. Nosotros somos quienes producimos el sentimiento, la emoción; somos el creador, no lo creado; intentemos romper los lazos que nos hacen creer ser lo que no somos; el sol no es su radiación, es mucho más. Con la práctica de la meditación podrás distinguir entre tu real naturaleza y lo que emana de ti. Sólo así, liberándote lo suficiente de los elementos emocionales, es como puedes llevar a cabo la agilidad del cambio a este nivel. Si estás apegado no querrás soltar, te faltará presteza y perderás la capacidad de adaptarte al cambio constante de la vida.

En el mundo mental ocurre algo similar, pero en vez de trabajar el desapego de tus emociones, hay de trabajar el desarraigo de tus opiniones, en el sentido de no depender de ellas, de no depender del reconocimiento que los demás hagan de ellas. No necesitas llevar la razón en todo para poder estar seguro de ti mismo, así sólo alimentarás un falso equilibrio que lo hará depender de otros. Recuerda que no debes soltar esa joya divina que es la armonía.

Uno de los principales enemigos en el mundo mental es el hábito que te inhabilita la conciencia y te imposibilita el cambio, te vuelve torpe, sin capacidad de reacción, como un bloque monolítico. En el plano mental hay que cultivar el Aquí y el Ahora, por ejemplo fíjate en cómo te atas los cordones, cómo comes, cómo respiras, qué postura tiene tu espalda, cómo tienes tus hombros, cómo caminas o corres, hacia dónde diriges tu mirada. Mantenerse aquí y ahora es practicar conciencia y por lo tanto, las condiciones idóneas para entrenar agilidad y reaccionar prestos y adecuadamente a los cambios de la vida.

Cuando consigas la libertad de tus emociones, de tus opiniones y de tus hábitos, mediante el correcto entrenamiento constante de una observación fina y aguda, podrás fijar todo avance a través de una apropiada meditación dentro de tu Sagrado Silencio Interior, podrás capacitarte para cambiar en cualquier momento y te volverás ágil, no estarás atado a nada, excepto a tu consagrado equilibrio.

Surfea la Vida.

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