Esta
propiedad es tan familiar a nuestra mentalidad, que apenas profundizamos lo suficiente
como para poder atrapar su verdadera naturaleza, su esencia.
Para
entrenar la agilidad hemos de saber adaptarnos a nuevas situaciones de forma
intuitiva, sin elucubraciones mentales, sin pensamientos previos. Por lo tanto,
ha de mantenerse una mente libre de obstáculos para que pueda captar el sentido
de lo que ocurre en cada momento; se ha de estar concentrado en el Aquí y el
Ahora.
Por
un lado, habría que entrenar el cuerpo físico para que sea vehículo eficaz y
rápido antes los cambios imprevistos, por ello han de cultivarse la fuerza y la
elasticidad en grado suficiente y armonioso.
Adicionalmente
a la agilidad, hay que tener bien presente la capacidad de mantener el
equilibrio de forma continuada, ya que de nada sirve ser ágil si nos descentramos
y caemos con los cambios realizados.
Todo
esto viene integrado en una disposición energética apropiada y lista para
entrar en funcionamiento a la más mínima señal.
La agilidad
se debe entrenar en múltiples ocasiones y en diferentes escenarios. Repetir y
repetir los movimientos, unas veces lentamente, para apresar su esencia y
equilibrio, y otras de forma dinámica, más rápida, para poder capturar la
esencia del cambio dentro del equilibrio del movimiento.
Cuando
hayamos asimilado los elementos que intervienen en la agilidad física, podremos
adentrarnos en la sublimación de esos elementos a nivel interno.
Aquí
todo es mucho más difícil. En el mundo físico, así como en el resto de planos,
la agilidad se consigue aceptando lo que está ocurriendo sin poner obstáculos,
reaccionando rápidamente. Se pueden imaginar lo que ocurriría si, ante los
cambios que nos acontecen, nuestra actitud fuera la de negación de la realidad,
utilizando frases como “no puede ser”, “esto es injusto”, “¿por qué a mí?”, y
así un larguísimo etcétera. Con esta actitud perderíamos la agilidad del cambio
ya que derrocharíamos un tiempo precioso dialogando con los pensamientos, en
protestas inútiles y para cuando de nuevo nos “asomemos” a la realidad ésta ya
habrá cambiado, surgiendo dentro de nosotros nuevas negaciones, y así
constantemente. Por ese motivo, con frecuencia, nos va tan mal ante los
acontecimientos que nos salen al encuentro, pensamos demasiado y actuamos
tarde, mal y sin relación con lo que en ese momento está sucediendo.
Todo
esto se vuelve mucho más escurridizo en el plano emocional así como en el mundo
mental.
Deberíamos
practicar una cierta desafectación ante las emociones que brotan de nuestro
interior, reconocer que, aunque sean naturales, no deberían ser salvajes, al
igual que la lluvia, que siendo fina y suave trae la vida y si cae torrencial,
la aniquila. Cuando en ocasiones nos sintamos tristes y deprimidos, es muy útil
recordar que ese sentimiento es temporal y no dejar que nos arrastre hasta
perder el equilibrio, no olvidemos que ésa es la joya que nunca hay que soltar,
la de la armonía. Lo mismo ocurrirá cuando nos sintamos eufóricos, sería aconsejable
desafectarnos lo suficiente como para poder coger distancia y no perder el
equilibrio. Igualmente es aplicable a las otras emociones como el miedo, la
desesperación, etc.
Si
bien las emociones surgen de nosotros, no somos ellas, son una emanación de nosotros.
Nosotros somos quienes producimos el sentimiento, la emoción; somos el creador,
no lo creado; intentemos romper los lazos que nos hacen creer ser lo que no
somos; el sol no es su radiación, es mucho más. Con la práctica de la
meditación podrás distinguir entre tu real naturaleza y lo que emana de ti.
Sólo así, liberándote lo suficiente de los elementos emocionales, es como
puedes llevar a cabo la agilidad del cambio a este nivel. Si estás apegado no
querrás soltar, te faltará presteza y perderás la capacidad de adaptarte al
cambio constante de la vida.
En
el mundo mental ocurre algo similar, pero en vez de trabajar el desapego de tus
emociones, hay de trabajar el desarraigo de tus opiniones, en el sentido de no depender
de ellas, de no depender del reconocimiento que los demás hagan de ellas. No
necesitas llevar la razón en todo para poder estar seguro de ti mismo, así sólo
alimentarás un falso equilibrio que lo hará depender de otros. Recuerda que no debes
soltar esa joya divina que es la armonía.
Uno
de los principales enemigos en el mundo mental es el hábito que te inhabilita
la conciencia y te imposibilita el cambio, te vuelve torpe, sin capacidad de
reacción, como un bloque monolítico. En el plano mental hay que cultivar el
Aquí y el Ahora, por ejemplo fíjate en cómo te atas los cordones, cómo comes, cómo
respiras, qué postura tiene tu espalda, cómo tienes tus hombros, cómo caminas o
corres, hacia dónde diriges tu mirada. Mantenerse aquí y ahora es practicar
conciencia y por lo tanto, las condiciones idóneas para entrenar agilidad y
reaccionar prestos y adecuadamente a los cambios de la vida.
Cuando
consigas la libertad de tus emociones, de tus opiniones y de tus hábitos, mediante
el correcto entrenamiento constante de una observación fina y aguda, podrás
fijar todo avance a través de una apropiada meditación dentro de tu Sagrado Silencio
Interior, podrás capacitarte para cambiar en cualquier momento y te volverás
ágil, no estarás atado a nada, excepto a tu consagrado equilibrio.
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