Para
poder obtener una compresión más plena de este aspecto podríamos recurrir al
concepto del deslizamiento, de la naturaleza del agua, de la mínima fricción
entre elementos.
Cuando
algo fluye, no hay esfuerzo, no hay desgaste ni oposición alguna. Lo que si hay
es aceptación de la realidad, adaptación a ella y aprehensión del sentido de lo
que está ocurriendo, a la vez que mantenemos una actitud de colaboración en
todo momento. No me refiero a la aceptación como rendición, sino como primer
paso necesario para poder establecer una adecuada respuesta. Negar lo que
ocurre te inhabilita poder cambiarlo.
No puede
existir interrupción alguna en la acción, por el simple hecho de que la vida
misma es continua, aunque cambie en su forma. Cuando vemos a un practicante de
Tai Chi Chuan fluyendo armoniosamente con sus movimientos al igual que lo hacen
las hojas de los árboles con la brisa de la tarde, nos puede parecer que todo
es muy fácil y sencillo.
Pero
no lo es. Hemos de atrapar las claves que rigen la fluidez, la esencia que la
anima para poderla llevar a cabo allí donde nuestra voluntad decida, ya sea en
el mundo externo o interno.
Se
logra fluir en el Tai Chi Chuan cuando realizamos cada nueva forma naciendo de
la anterior, sin interrupción, sin obstáculos, con una respiración continua, profunda
y a la vez suave, con armonía entre las figuras que dibuja el cuerpo, la
proyección de la energía, la pacificación de la emoción estable y el vacío de la
mente libre.
La
gran maestra por excelencia es el agua. Ella nos enseña maravillosamente cómo
ha ser nuestro comportamiento. Todos recordamos la enseñanza de los maestros
taoístas cuando nos aconsejan: “Sé como el agua”.
Observemos
que la “voluntad” del agua, su propósito, estriba en llegar al mar, y no en
cómo hacerlo, de eso ya se encargará la Vida. El método y la forma a seguir no
le preocupan, por eso no se molesta en luchar, se adapta y cede porque no va en
ello su interés. Cuando encuentra una montaña en su camino, la bordea; cuando se
topa con una piedra que le impida el paso, la envuelve. Tampoco tiene prisa, dispone
de todo el tiempo de la existencia, ¿para qué apresurarse? Es brava y corre
cuando así le dicta el entorno. Es mansa y suave cuando el desnivel lo permite,
no está apegada a la apariencia ni a la forma, por eso las contiene todas. Por ello, estos aspectos no afectan al agua, sabe que su destino ultérrimo es el mar y eso
le basta.
El
ser humano tiene que aprender mucho del agua.
En
primer lugar, la mayoría de las personas no tiene definida cuál es su verdadera voluntad, su destino, su propósito en la vida, con la claridad que lo tiene el
agua, por lo
que va de aquí para allá, malgastando su tiempo y energía, sin orientación que encamine
sus pasos. Es necesario saber lo que se quiere, reconocer el anhelo íntimo que tira de ti, que te inspira a cada instante, para poder
fluir hacia él sin interrupciones. No se debería olvidar en ningún momento de la vida.
En
segundo lugar, caso de haber reconocido el propósito, la persona se haya generalmente apegada
a la forma en que ha de llevar a cabo esa voluntad, dilapida su tiempo en las
apariencias, imponiendo condicionantes en aspectos que son triviales, desviándose
continuamente de su propósito para poder atender a la forma en que quiere
conseguirlo. Por ese motivo, se va dando encontronazos con todo lo que se le
cruza, no se adapta a nada, pensando que
el mundo tiene que acomodarse a la forma requerida por él.
En
tercer lugar, el ser humano no tiene la paciencia del agua ya que se ve como
algo efímero y temporal, no como la vida que existe de forma continuada. Por lo
que se apresura torpemente en alcanzar el objetivo que definió para sí mismo, con las limitaciones propias que la vía elegida
impone.
Tal
vez ahora podamos ver más claramente los errores que se suelen cometer y que
nos impiden fluir: la falta de orientación clara, la exigencia en la manera
particular de conseguirlo, y por último, la definición de un corto periodo de
tiempo para llegar al objetivo.
Deberíamos
aplicar humildad para adaptarnos al entorno y ceder en lo que no importa (la
forma), profundizando en nuestro ser más interno, sin engaños, manipulaciones externas
o propias, ni estereotipos de ningún tipo; reconocer en nuestra naturaleza real
lo que verdaderamente importa (percibir claramente nuestro objetivo y propósito
en la vida) y, por último, saberse eterno, no en cuerpo, sino en vida. Los
maestros ya han dicho que la vida no tiene contrario, lo opuesto a la muerte es
el nacimiento.