domingo, 20 de enero de 2019

FLUIDEZ

Para poder obtener una compresión más plena de este aspecto podríamos recurrir al concepto del deslizamiento, de la naturaleza del agua, de la mínima fricción entre elementos.

Cuando algo fluye, no hay esfuerzo, no hay desgaste ni oposición alguna. Lo que si hay es aceptación de la realidad, adaptación a ella y aprehensión del sentido de lo que está ocurriendo, a la vez que mantenemos una actitud de colaboración en todo momento. No me refiero a la aceptación como rendición, sino como primer paso necesario para poder establecer una adecuada respuesta. Negar lo que ocurre te inhabilita poder cambiarlo.

No puede existir interrupción alguna en la acción, por el simple hecho de que la vida misma es continua, aunque cambie en su forma. Cuando vemos a un practicante de Tai Chi Chuan fluyendo armoniosamente con sus movimientos al igual que lo hacen las hojas de los árboles con la brisa de la tarde, nos puede parecer que todo es muy fácil y sencillo.

Pero no lo es. Hemos de atrapar las claves que rigen la fluidez, la esencia que la anima para poderla llevar a cabo allí donde nuestra voluntad decida, ya sea en el mundo externo o interno.

Se logra fluir en el Tai Chi Chuan cuando realizamos cada nueva forma naciendo de la anterior, sin interrupción, sin obstáculos, con una respiración continua, profunda y a la vez suave, con armonía entre las figuras que dibuja el cuerpo, la proyección de la energía, la pacificación de la emoción estable y el vacío de la mente libre.

La gran maestra por excelencia es el agua. Ella nos enseña maravillosamente cómo ha ser nuestro comportamiento. Todos recordamos la enseñanza de los maestros taoístas cuando nos aconsejan: “Sé como el agua”.

Observemos que la “voluntad” del agua, su propósito, estriba en llegar al mar, y no en cómo hacerlo, de eso ya se encargará la Vida. El método y la forma a seguir no le preocupan, por eso no se molesta en luchar, se adapta y cede porque no va en ello su interés. Cuando encuentra una montaña en su camino, la bordea; cuando se topa con una piedra que le impida el paso, la envuelve. Tampoco tiene prisa, dispone de todo el tiempo de la existencia, ¿para qué apresurarse? Es brava y corre cuando así le dicta el entorno. Es mansa y suave cuando el desnivel lo permite, no está apegada a la apariencia ni a la forma, por eso las contiene todas. Por ello, estos aspectos no afectan al agua, sabe que su destino ultérrimo es el mar y eso le basta.

El ser humano tiene que aprender mucho del agua.

En primer lugar, la mayoría de las personas no tiene definida cuál es su verdadera voluntad, su destino, su propósito en la vida, con la claridad que lo tiene el agua, por lo que va de aquí para allá, malgastando su tiempo y energía, sin orientación que encamine sus pasos. Es necesario saber lo que se quiere, reconocer el anhelo íntimo que tira de ti, que te inspira a cada instante, para poder fluir hacia él sin interrupciones. No se debería olvidar en ningún momento de la vida.

En segundo lugar, caso de haber reconocido el propósito, la persona se haya generalmente apegada a la forma en que ha de llevar a cabo esa voluntad, dilapida su tiempo en las apariencias, imponiendo condicionantes en aspectos que son triviales, desviándose continuamente de su propósito para poder atender a la forma en que quiere conseguirlo. Por ese motivo, se va dando encontronazos con todo lo que se le cruza, no se adapta a nada, pensando que el mundo tiene que acomodarse a la forma requerida por él.

En tercer lugar, el ser humano no tiene la paciencia del agua ya que se ve como algo efímero y temporal, no como la vida que existe de forma continuada. Por lo que se apresura torpemente en alcanzar el objetivo que definió para sí mismo, con las limitaciones propias que la vía elegida impone.

Tal vez ahora podamos ver más claramente los errores que se suelen cometer y que nos impiden fluir: la falta de orientación clara, la exigencia en la manera particular de conseguirlo, y por último, la definición de un corto periodo de tiempo para llegar al objetivo.

Deberíamos aplicar humildad para adaptarnos al entorno y ceder en lo que no importa (la forma), profundizando en nuestro ser más interno, sin engaños, manipulaciones externas o propias, ni estereotipos de ningún tipo; reconocer en nuestra naturaleza real lo que verdaderamente importa (percibir claramente nuestro objetivo y propósito en la vida) y, por último, saberse eterno, no en cuerpo, sino en vida. Los maestros ya han dicho que la vida no tiene contrario, lo opuesto a la muerte es el nacimiento.

Fluye libremente hacia tu propósito en la vida, no te apegues a tus formas, a tus miedos, a tus alegrías,  a tus hábitos o tus gustos, porque si te quedas parado y quieto, sufrirás el envite del universo entero que no cesa de fluir. No atrapes nada, suelta, libérate y colabora resueltamente con el sentido de lo que ocurre en cada momento.

domingo, 13 de enero de 2019

AGILIDAD

Esta propiedad es tan familiar a nuestra mentalidad, que apenas profundizamos lo suficiente como para poder atrapar su verdadera naturaleza, su esencia.

Para entrenar la agilidad hemos de saber adaptarnos a nuevas situaciones de forma intuitiva, sin elucubraciones mentales, sin pensamientos previos. Por lo tanto, ha de mantenerse una mente libre de obstáculos para que pueda captar el sentido de lo que ocurre en cada momento; se ha de estar concentrado en el Aquí y el Ahora.

Por un lado, habría que entrenar el cuerpo físico para que sea vehículo eficaz y rápido antes los cambios imprevistos, por ello han de cultivarse la fuerza y la elasticidad en grado suficiente y armonioso.

Adicionalmente a la agilidad, hay que tener bien presente la capacidad de mantener el equilibrio de forma continuada, ya que de nada sirve ser ágil si nos descentramos y caemos con los cambios realizados.

Todo esto viene integrado en una disposición energética apropiada y lista para entrar en funcionamiento a la más mínima señal.

La agilidad se debe entrenar en múltiples ocasiones y en diferentes escenarios. Repetir y repetir los movimientos, unas veces lentamente, para apresar su esencia y equilibrio, y otras de forma dinámica, más rápida, para poder capturar la esencia del cambio dentro del equilibrio del movimiento.

Cuando hayamos asimilado los elementos que intervienen en la agilidad física, podremos adentrarnos en la sublimación de esos elementos a nivel interno.

Aquí todo es mucho más difícil. En el mundo físico, así como en el resto de planos, la agilidad se consigue aceptando lo que está ocurriendo sin poner obstáculos, reaccionando rápidamente. Se pueden imaginar lo que ocurriría si, ante los cambios que nos acontecen, nuestra actitud fuera la de negación de la realidad, utilizando frases como “no puede ser”, “esto es injusto”, “¿por qué a mí?”, y así un larguísimo etcétera. Con esta actitud perderíamos la agilidad del cambio ya que derrocharíamos un tiempo precioso dialogando con los pensamientos, en protestas inútiles y para cuando de nuevo nos “asomemos” a la realidad ésta ya habrá cambiado, surgiendo dentro de nosotros nuevas negaciones, y así constantemente. Por ese motivo, con frecuencia, nos va tan mal ante los acontecimientos que nos salen al encuentro, pensamos demasiado y actuamos tarde, mal y sin relación con lo que en ese momento está sucediendo.

Todo esto se vuelve mucho más escurridizo en el plano emocional así como en el mundo mental.

Deberíamos practicar una cierta desafectación ante las emociones que brotan de nuestro interior, reconocer que, aunque sean naturales, no deberían ser salvajes, al igual que la lluvia, que siendo fina y suave trae la vida y si cae torrencial, la aniquila. Cuando en ocasiones nos sintamos tristes y deprimidos, es muy útil recordar que ese sentimiento es temporal y no dejar que nos arrastre hasta perder el equilibrio, no olvidemos que ésa es la joya que nunca hay que soltar, la de la armonía. Lo mismo ocurrirá cuando nos sintamos eufóricos, sería aconsejable desafectarnos lo suficiente como para poder coger distancia y no perder el equilibrio. Igualmente es aplicable a las otras emociones como el miedo, la desesperación, etc.

Si bien las emociones surgen de nosotros, no somos ellas, son una emanación de nosotros. Nosotros somos quienes producimos el sentimiento, la emoción; somos el creador, no lo creado; intentemos romper los lazos que nos hacen creer ser lo que no somos; el sol no es su radiación, es mucho más. Con la práctica de la meditación podrás distinguir entre tu real naturaleza y lo que emana de ti. Sólo así, liberándote lo suficiente de los elementos emocionales, es como puedes llevar a cabo la agilidad del cambio a este nivel. Si estás apegado no querrás soltar, te faltará presteza y perderás la capacidad de adaptarte al cambio constante de la vida.

En el mundo mental ocurre algo similar, pero en vez de trabajar el desapego de tus emociones, hay de trabajar el desarraigo de tus opiniones, en el sentido de no depender de ellas, de no depender del reconocimiento que los demás hagan de ellas. No necesitas llevar la razón en todo para poder estar seguro de ti mismo, así sólo alimentarás un falso equilibrio que lo hará depender de otros. Recuerda que no debes soltar esa joya divina que es la armonía.

Uno de los principales enemigos en el mundo mental es el hábito que te inhabilita la conciencia y te imposibilita el cambio, te vuelve torpe, sin capacidad de reacción, como un bloque monolítico. En el plano mental hay que cultivar el Aquí y el Ahora, por ejemplo fíjate en cómo te atas los cordones, cómo comes, cómo respiras, qué postura tiene tu espalda, cómo tienes tus hombros, cómo caminas o corres, hacia dónde diriges tu mirada. Mantenerse aquí y ahora es practicar conciencia y por lo tanto, las condiciones idóneas para entrenar agilidad y reaccionar prestos y adecuadamente a los cambios de la vida.

Cuando consigas la libertad de tus emociones, de tus opiniones y de tus hábitos, mediante el correcto entrenamiento constante de una observación fina y aguda, podrás fijar todo avance a través de una apropiada meditación dentro de tu Sagrado Silencio Interior, podrás capacitarte para cambiar en cualquier momento y te volverás ágil, no estarás atado a nada, excepto a tu consagrado equilibrio.

Surfea la Vida.